Análisis del sexenio de AMLO y su legado

Recorrió en tres campañas presidenciales el país, por lo menos 2 mil 200 municipios los conoce como la palma de su mano. ¡Cómo olvidar aquellos días de campaña electoral! Su voz vibrante enfervorizaba al hombre y a la mujer humilde. Fue como un huracán. Él sentía las vibraciones del pueblo en su piel. Ingrávido, soñaba, volaba ilusionado hacia metas futuras. En esos instantes, todo era optimismo, fuerza, sinceridad y entrega a esa gente ingenua y honesta.

Quizá el mejor Zoon Politikón mexicano de los últimos 100 años, nadie mejor preparado que él; cuando fue monaguillo aprendió la disciplina y la discreción, sintió hablar con Dios; de la Masonería abrevó el uso de la intriga política y el manejo del poder; de los izquierdistas rabiosos, la guerra de guerrillas, el uso de las armas; de los “rojos” moderados el debate, la dialéctica, la propuesta de Gramsci,  de ganar la guerra cultural y de los integrantes del Foro de Sao Paulo, el pragmatismo puro; como conquistar al pueblo para llegar al poder y “eternizarse” en él.

Los primeros días del sexenio fueron de euforia, todo parecía ir bien. Se sintió fuerte y experimentado, al mismo tiempo que desarrollaba una marcada intolerancia hacia lo que él consideraba “la injusticia de las críticas” que obstruían su misión. Después, poco a poco, esa euforia sobrevivió en grado decreciente gracias al cerco de una cortina impenetrable que lo aisló en un mundo irreal; siempre con otros datos, que daba a conocer en “la mañanera”, su eficaz forma de gobernar. “Gobernar es comunicar”.

La clara estrategia populista de gobernar con las tres P, – que definió el gran Moisés Naím- fue exitosa; la posverdad rindió sus frutos, la polarización hizo ganar la narrativa y el populismo, llevó a 35 millones de mexicanos a votar por Morena en las pasadas elecciones de junio.

Pero el sexenio llegó a su fin.

Hoy primero de octubre de 2024, el tiempo se ha consumido. Al principio los días se arrastraban sin premura y galoparon hasta el vértigo hacia el final, sin que tomará conciencia del paso de las horas y la huida de las semanas. En los primeros días, la ansiedad por saborear el éxito le vedaba dormir y resistía insomne largas e inútiles jornadas. Al final, la tensión y el tiempo aciago menguaron sus fuerzas y con arduo esfuerzo mantenía su agenda.

Este día, Andrés Manuel López Obrador ha dejado de ser Presidente. El Señor Presidente se siente solo. Su mente vuela hacia las situaciones criticas de su administración y volvió a escuchar los consejos encontrados de sus secretarios de estado y sus colaboradores. En segundos desfilaron ante su memoria las reuniones de gabinete, las discusiones con sus secretarios, las advertencias de la Secretaria de Seguridad, los consejos del Presidente de Morena, su movimiento social político, López Gatell y la fallida manera de enfrentar la pandemia de COVID 19, en donde murieron 800,000 mexicanos, el anuncio de la cancelación del aeropuerto, la orden de construir el tren maya, aunque acabe con la selva, hasta el tema del “chocoflan”, la buena vida de Palacio con Beatriz, la maldita hora que dijo que resolvería “el caso de los 43 estudiantes de Ayotzinapa”, las acusaciones contra la honestidad de sus hijos y de sus allegados más íntimos.

Diversos análisis se han hecho sobre el desempeño gubernamental del sexenio Lopezobradorista, donde destacan, sobre todo, el mantenerse con una aprobación por encima del 60 por ciento y la máxima en política; entregar a una candidata de su mismo partido la banda presidencial.

No hay duda de que el sexenio de AMLO pudo reducir la pobreza y mejorar la calidad de vida de millones de mexicanos, pero también que su gobierno incumplió con la promesa de combatir la corrupción.

La reducción de la pobreza de más de cinco millones de personas, según último dato de Coneval-, mejoró el salario mínimo y en general mejoró lo que se conoce como la masa salarial, que es la combinación de empleo con ingreso.

La gran promesa de combatir la corrupción solo quedó en retórica, fue marketing político.

Los reportes de Transparencia Internacional colocan a México con una calificación de 31 sobre 100, igual que durante el sexenio de Peña Nieto.

En el ámbito de seguridad, ha sido el sexenio más violento de la época moderna de México, por encima de los sexenios de Calderón y Peña Nieto.

El crimen organizado está controlando cada vez más territorios en el país.

En el análisis, el desmantelamiento del sistema de salud pública provocó la falta de acceso al 39% de las personas cuando antes era del 16%.

El sistema educativo sigue estancado.

En todos los indicadores democráticos que se miden, México está en regresión, va para atrás.

Y el modelo económico está a prueba, debido a las costosas políticas sociales.

La Presidenta Claudia Sheinbaum, quien podría continuar con este modelo, llega con arcas vacías y cuentas por pagar.

Además, la incertidumbre generada por la reforma judicial podría frenar la inversión y afectar la economía en los próximos años.

Y lo que vimos en el caótico cierre de sexenio, el sistema de contrapesos se está “desmoronando” debido a las recientes reformas y a la militarización del país, lo que llevará sin duda a más discrecionalidad y más abuso del poder político.

Ya con el agradable clima de octubre, el expresidente López Obrador le ordena a su chofer: ¡vamos!, -por un momento recuerda a Nico y a su Tsuru- ¿A dónde Presidente?, pregunta el conductor mirándolo por el espejo retrovisor. ¡A mi antigua casa!, dice el Presidente con un suspiro, que a mediados de mes me voy a mi rancho en Palenque.

Seis años que parecían eternos, terminaron…

¡Adiós Señor Presidente!