Por Jorge Cruz Camberos
Donald Trump ha llevado su estilo de negociación a la arena internacional como si fuera una partida de póker. En la mesa están sus socios comerciales más cercanos—México y Canadá—y su principal rival económico, China. Pero en lugar de jugar con estrategia y respeto por las reglas, Trump ha optado por la táctica del “gran bully”, usando amenazas y presión extrema para forzar a sus contrapartes a aceptar sus términos.
El farol de los aranceles
El reciente anuncio de que México logrará una pausa de un mes en los aranceles tras un acuerdo con Trump es un ejemplo perfecto de su estrategia de negociación basada en la intimidación. Para evitar las sanciones, México ha acordado:
1. Desplegar 10,000 elementos de la Guardia Nacional para reforzar la seguridad fronteriza.
2. Trabajar en conjunto con EE.UU. en temas de “seguridad y negocios”.
A simple vista, parece un acuerdo diplomático. Sin embargo, este resultado no surge de una negociación equitativa, sino de una amenaza arancelaria unilateral. México ha cedido porque la alternativa—un golpe económico con aranceles sobre sus exportaciones—habría sido devastadora. En este contexto, Trump ha usado la economía como un arma, presionando a su vecino para que actúe según sus intereses políticos.
Aliados o rehenes comerciales
Trump ha demostrado que no distingue entre socios y rivales cuando se trata de política comercial. La relación con Canadá, históricamente estable, también ha sufrido por su agresiva renegociación del T-MEC (ex-NAFTA). Mientras tanto, con China, su juego es aún más agresivo, implementando una guerra comercial que ha impactado tanto a los consumidores estadounidenses como a la estabilidad global.
En el caso de México, el patrón es claro: cada vez que Trump necesita ganar puntos políticos, recurre a la amenaza arancelaria. En esta última jugada, utilizó el tema migratorio como pretexto para presionar a su vecino del sur, ignorando las implicaciones económicas y sociales a largo plazo.
Los mercados responden, pero ¿hasta cuándo?
El anuncio de la pausa en los aranceles generó optimismo en los mercados, provocando un repunte inmediato. Pero este comportamiento refleja más un alivio temporal que una confianza real en la estabilidad de las relaciones comerciales bajo la administración Trump. La incertidumbre sigue latente: si un presidente usa los aranceles como una herramienta de presión política, ¿qué garantiza que no vuelva a hacerlo en el futuro?
Las empresas y los inversores prefieren previsibilidad. Sin embargo, con Trump, cada negociación se convierte en una apuesta de alto riesgo.
El costo de jugar con el bully
Las tácticas de Trump pueden traerle victorias a corto plazo, pero erosionan la confianza a largo plazo. Aliados clave como México y Canadá están aprendiendo que su relación con EE.UU. es condicional y volátil. Esto los obliga a diversificar sus alianzas y reducir su dependencia del mercado estadounidense, lo que, irónicamente, podría debilitar la posición de EE.UU. en el comercio global.
En la mesa de póker de Trump, sus socios comerciales juegan con cartas marcadas. Saben que cualquier victoria puede ser temporal y que el bully de la mesa puede cambiar las reglas cuando le convenga. La pregunta es: ¿hasta cuándo estarán dispuestos a jugar bajo esas condiciones?
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