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Cómo las niñas indígenas están transformando su futuro educativo

Hoy tuvimos el privilegio de platicar con Karla Hernández Jiménez, directora de la Fundación Tarahumara José A. Llaguno, una organización que lleva más de tres décadas impulsando el desarrollo comunitario en una de las zonas más vulnerables pero también más ricas culturalmente de nuestro país: la Sierra Tarahumara.

Aunque hablar de 33 años puede parecer sencillo, el impacto que ha tenido la fundación es tan profundo como las raíces de los pinos que habitan estas montañas. Todo comenzó con el legado del obispo jesuita José A. Llaguno, un hombre que se enamoró de la Tarahumara en su etapa formativa y que decidió dedicar su vida a acompañar a los pueblos originarios en la defensa de sus derechos, la mejora de la alimentación, la salud y la educación. Su muerte en 1992 dejó un hueco enorme, pero también encendió una chispa: sus hermanos decidieron que su obra no podía terminar ahí, y así nació la Fundación.

Educación, agua y comunidad: una visión desde el territorio

Durante estas tres décadas, la Fundación Llaguno ha evolucionado sin perder su esencia. Karla nos cuenta que al principio el enfoque estaba en la seguridad hídrica y alimentaria, porque en la Sierra abrir una llave o tener una comida completa no es garantía diaria. Pero lo más valioso fue entender que el conocimiento tiene que ser un puente, no una imposición. “Empezamos a trabajar desde el intercambio de saberes”, explica Karla, “porque las comunidades tienen conocimientos ancestrales que deben dialogar con lo técnico para que las soluciones sean realmente sostenibles”.

Hoy, el corazón de su trabajo está en la educación. En especial, en ese momento crítico en el que un niño debe dejar su casa y caminar horas —o incluso días— para llegar a la secundaria o al bachillerato. Por eso, la Fundación impulsa programas de becas formativas y económicas que no sólo apoyan a los estudiantes, sino que los enseñan a organizarse, identificar problemas en su comunidad y diseñar soluciones con aliados locales. “No se trata solo de dinero, se trata de enseñar a resolver”, dice Karla. Y lo logran: hay estudiantes que han conseguido desde internet en sus escuelas hasta mejores baños o comedores para sus compañeros.

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Jóvenes con raíces fuertes y alas listas

Uno de los mayores logros, nos comparte Karla, ha sido mantener viva la identidad cultural rarámuri. Sin importar si trabajan temas de agua, salud o educación, el respeto y la apropiación de la cultura ha sido el eje transversal de todo. “No se puede hablar de desarrollo si arrancas de raíz a una comunidad”, afirma.

Ese respeto ha dado frutos. Hace apenas cinco años, el programa de vida universitaria contaba con 32 estudiantes. Hoy son más de 230 jóvenes de la Sierra que estudian en universidades, muchos con un plan de vida claro que incluye quedarse en su comunidad para aportar desde la medicina tradicional, el turismo responsable o la gastronomía local. “Queremos que el joven sepa que no está vacío, que tiene algo que aportar”, recalca Karla. Y lo hacen acompañándolos también desde lo socioemocional, en un estado como Chihuahua donde los retos en salud mental son enormes.

La semilla sigue creciendo

La Fundación Llaguno ya trabaja su visión 2021-2025 con la mirada puesta en ampliar el impacto. ¿El siguiente paso? Fortalecer habilidades blandas, asegurar la permanencia escolar y seguir formando jóvenes con arraigo, resiliencia y claridad de propósito.

Porque al final, lo que Karla y todo el equipo de la Fundación están sembrando no es solo infraestructura o conocimiento. Están sembrando comunidad, dignidad y futuro. Y eso, en una tierra tan compleja y rica como la Tarahumara, es quizá lo más valioso que se puede dejar.