Por Jorge Cruz Camberos
En Estados Unidos, la meca del “sueño americano”; el capitalismo anda de capa caída. Según Gallup, apenas el 54% de los adultos aún lo ve con buenos ojos —la cifra más baja desde que se mide—. Entre los demócratas, la cosa es todavía más drástica: dos de cada tres dicen preferir el socialismo. Sí, en el mismo país que presumió durante décadas que cualquier persona podía hacerse millonaria con un garaje, una idea y mucho café.
Pero ojo: el capitalismo, guste o no, sigue siendo el sistema que más riqueza ha generado en la historia y el que más gente ha sacado de la pobreza. Corea del Sur pasó de la hambruna a exportar K-pop y microchips; Chile redujo pobreza como pocos en la región; y China sólo despegó cuando dejó entrar mecanismos de mercado. Entonces, ¿por qué el coqueteo con el socialismo?
El problema no es el capitalismo, son sus versiones tóxicas
Los datos son claros: 95% de los estadounidenses apoya a la pequeña empresa y 81% cree en la libre empresa. Nadie está peleado con la competencia ni con la innovación.
El villano son las corporaciones gigantes, esas que concentran riqueza y poder como si fueran un club privado, dejando a millones con la sensación de que, por más que trabajen, nunca les va a tocar una rebanada justa del pastel.
El sueño americano ya no paga las cuentas
Antes, la fórmula era simple: trabajas duro, progresas. Hoy, entre deuda estudiantil, rentas imposibles y empleos precarios, millones de jóvenes en EE. UU. sienten que juegan un partido en cancha inclinada.
Y México… coqueteando con el mismo error
Mientras tanto, en México seguimos entretenidos con reformas que poco tienen que ver con la economía real. Una judicial que amenaza la confianza en las inversiones, y probablemente una electoral que parece más obsesionada con las urnas que con los bolsillos.
El problema es que nos estamos dejando seducir por la narrativa fácil: más programas sociales, más clientelismo, más dependencia.
Pero los números no mienten: el 65% del ingreso de los mexicanos viene de su empleo, el 22% de pensiones y solo el 13% restante de remesas y apoyos sociales.
La verdadera salida de la pobreza no está en multiplicar dádivas, sino en generar empleos bien pagados, estables y productivos.
Lo que realmente pide la gente
Los jóvenes —aquí y en EE. UU.— no quieren ideologías de museo. Quieren certezas: que enfermarse no signifique arruinarse, que estudiar no sea hipotecar la vida y que trabajar sirva para algo más que sobrevivir.
Capitalismo con terapia intensiva
Lo que necesitamos no es destruir el sistema, sino corregirlo:
• Regular a los gigantes que abusan.
• Apostar por innovación y pequeñas empresas.
• Y, sobre todo, garantizar que el trabajo pague lo suficiente para vivir con dignidad.
Porque sí: los programas sociales ayudan, pero si no generamos empleo de calidad, estamos construyendo un país que reparte pobreza en lugar de producir prosperidad.
México corre el riesgo de repetir la historia: distraernos en reformas que nos dividen, mientras dejamos pasar la única verdadera reforma que importa: la del bolsillo del trabajador. Porque ahí —y no en discursos políticos— está la llave para sacar a millones de la pobreza.