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Alberta, Trump y el eco en México: ¿se puede soñar con independencia fiscal?

Por Jorge Cruz Camberos

En Canadá, Danielle Smith, premier de Alberta, ha convertido la autonomía provincial en una bandera política. Su discurso suena sencillo pero explosivo: “Producimos más de lo que recibimos, y Ottawa no tiene derecho a decirnos cómo gastar nuestro dinero”.

Alberta, con sus más de 3 millones de barriles de petróleo diarios, es el corazón energético de Canadá. Y, sin embargo, su liderazgo político juega con la idea de que esa riqueza debería estar bajo control local, no federal. El resultado: una tensión que no es meramente simbólica, sino que toca las fibras de la unidad canadiense.

El paralelo incómodo con México

Ahora, hagamos un ejercicio provocador: traslademos ese mismo guion al norte de México. Tamaulipas, Nuevo León, Coahuila y Chihuahua son motores fiscales y productivos del país. Generan industria, comercio y energía. Sostienen buena parte de las exportaciones hacia Estados Unidos y representan una porción clave del PIB.

La pregunta es inevitable: ¿qué pasaría si estos estados exigieran independencia fiscal? No se trataría de un separatismo formal, sino de una reconfiguración del pacto federal. Un bloque norteño con control sobre una mayor parte de sus impuestos tendría músculo suficiente para cambiar el equilibrio económico y político nacional.

El petróleo y la frontera como palancas de poder

Alberta usa el petróleo como palanca de negociación. El norte de México tendría dos cartas aún más potentes: la frontera y las exportaciones. Desde la industria automotriz en Coahuila hasta la manufactura en Chihuahua, pasando por la energía en Tamaulipas y el dinamismo industrial de Nuevo León, la región tiene todo para negociar de tú a tú con la Federación.

¿De verdad creemos que un gobierno central podría ignorar esa presión?

Trump y la tentación del “estado 51”

El regreso de Donald Trump añade otro ingrediente. Su pragmatismo energético y su visión transaccional podrían empujarlo a ver a Alberta no sólo como socio, sino como candidato a “estado 51”. Una idea impensable hace unos años, pero que hoy funciona como recordatorio de algo: las provincias y los estados que concentran recursos estratégicos siempre serán cortejados por los centros de poder.

Y si eso es cierto en Canadá, ¿qué impediría que, llegado el momento, los estados del norte de México intentaran aprovechar la misma lógica?

El dilema mexicano

México vive bajo un modelo centralista en el que los estados dependen de lo que la Federación decide repartir. Pero el caso Alberta nos obliga a hacernos una pregunta que incomoda: ¿hasta dónde puede tensarse el pacto federal antes de que los motores productivos exijan jugar con sus propias reglas?

En un país donde las desigualdades regionales son tan evidentes, el norte productivo podría, si quisiera, marcar una ruta de presión que hoy parece impensable.

La provocación está servida:
Si Alberta puede desafiar a Ottawa, ¿por qué no podría el norte de México empezar a desafiar al centro?