Un adiós que deja aroma a historia
No todos los días se despide a una figura que marcó a generaciones enteras sin que su nombre apareciera en cada hogar, pero su obra sí. Roberto Servitje Sendra, cofundador y alma de Grupo Bimbo, falleció dejando tras de sí una de las trayectorias empresariales más inspiradoras de México. Con casi siete décadas de entrega a una causa más grande que él mismo, construyó algo más que una empresa: levantó un símbolo nacional que combinó pan, valores y visión global. Su historia es la de una familia, de una generación y de un país entero que aprendió que se puede crecer con ética y permanecer con propósito.
El arte de hacer empresa con manos limpias y corazón firme
Roberto nació en la Ciudad de México en 1928, hijo de empresarios de origen catalán que ya empezaban a pensar en grande en una época de transformación nacional. Se integró a Grupo Bimbo a los 17 años como supervisor de ventas y encargado del área de vehículos, un puesto modesto que aceptó con entusiasmo y entrega. Desde ahí empezó a tejer una carrera forjada con trabajo de campo, cercanía con los equipos y una obsesión silenciosa: mejorar cada parte del engranaje.
Su primer gran reto fue en 1954, cuando se le encargó abrir Bimbo Occidente en Guadalajara. No era únicamente una sucursal: era la prueba de si el modelo era replicable más allá de la Ciudad de México. No defraudó. En pocos años expandió la operación a León y San Luis Potosí, instaló una planta en 1956 y sembró la cultura Bimbo en toda la región. Lo hizo con visión empresarial, pero también con una sensibilidad poco común: entendía a la gente, hablaba su lenguaje, y creía en liderar desde el ejemplo.
LEER MÁS: Federico Terrazas, un gran referente para Chihuahua
En 1969 viajó a Boston para estudiar en Harvard el Program Management Development, un curso que lo conectó con nuevas tendencias de gestión, innovación y liderazgo estratégico. Al volver, fue nombrado Subdirector General, cargo que desempeñó durante nueve años en los que Grupo Bimbo se consolidó como una organización nacional, con 13 fábricas operando al cierre de los años 70. En 1978 asumió la Dirección General y en 1990 se convirtió en Presidente Ejecutivo, hasta llegar a la presidencia del Consejo de Administración en 1994. Se retiró en 2013, dejando una compañía con presencia global, decenas de marcas en su portafolio y más de 130 mil colaboradores.
Durante su liderazgo, Servitje no sólo impulsó la expansión: fue el arquitecto de una cultura organizacional basada en valores. Promovió la integridad, el respeto, la responsabilidad social y el trabajo bien hecho. Gracias a su visión, Grupo Bimbo se mantuvo como una de las empresas mexicanas con mejor reputación, incluso en su internacionalización. Fue un defensor de que “la rentabilidad no debe ser ajena a la ética”, y predicó esto con el ejemplo, evitando escándalos, impulsando programas de desarrollo comunitario y apostando por el bienestar de sus empleados.
A nivel global, bajo su guía se dio el paso estratégico a mercados como Estados Unidos, Centroamérica, Sudamérica, Asia y Europa. Consolidó adquisiciones clave y posicionó a Grupo Bimbo como la panificadora más grande del mundo. Pero quizás lo más admirable fue su capacidad de conservar la esencia mexicana en cada movimiento estratégico. En cada país donde llegó Bimbo, llegó también un pedazo de nuestra identidad.
Un legado que se hornea todos los días
Roberto Servitje no sólo construyó una empresa: construyó un sistema que combinó liderazgo empresarial, compromiso social y filosofía humanista. Su partida nos recuerda que el verdadero éxito no se mide sólo en utilidades, sino en impacto. Trabajó 68 años con la humildad del que sabe que lo importante no es figurar, sino servir.
Hoy su legado sigue vivo en cada panecillo que acompaña un desayuno escolar, en cada chofer que sale con su ruta a las cinco de la mañana, en cada fábrica que genera empleo con dignidad. Nos deja un modelo de empresa con alma, una forma de hacer negocios que pone a las personas en el centro.
En tiempos donde el cortoplacismo y la codicia a menudo dictan las reglas del juego, la historia de Roberto Servitje es un recordatorio de que otro camino es posible. Uno más lento, tal vez, pero más firme, más humano y profundamente trascendente.
Gracias, don Roberto. Nos enseñaste que se puede soñar en grande… y hornear esos sueños con amor.